Seguro que a alguno (o a muchos) de vosotros os pasa lo mismo que a mí: nos encanta la decoración de interiores, compramos revistas especializadas, nos pasamos los ratos viendo reportajes en internet de casas perfectas y pensando en cómo pondríamos esto o aquello en nuestra casa... y en ese momento, nos llega el puñetazo de la dura realidad: vivimos en una casa o piso de alquiler, llena de cosas que no son nuestras, y no se pueden tocar.
Tal vez algunos de vosotros habéis sido más afortunados que yo y habéis encontrado un piso de alquiler nuevo y vacío. Pues yo voy por mi.... 5º piso alquilado, y nunca tuve esa suerte. La vez que estuve más cerca del paraíso fue cuando encontré una propietaria que me dijo ‟haz lo que quieras, pinta, tira, recicla, la casa es tuya” ¡no lo podía creer! Pero claro, lo bueno dura poco, y tuve que mudarme a otra ciudad. Aquí me encontré con la clásica casa–santuario, donde ningún mueble se puede tocar porque ‟era de mi madre” o ‟fue mi primer juego de salón”. Y allí es donde yo me pregunto: ¿pero si los quieres tanto a tus muebles por qué no te los llevas? En fin, que no me quejo, porque me han tocado otros propietarios que no querían que hiciera agujeros en la pared, y otros donde no se podía correr ningún mueble de lugar...
Así que, como estos son bastante buenos, salvo por el detalle de los muebles sagrados, tuve que aceptar mi destino, y ver como hacer para deprimirme lo menos posible cada vez que entraba a mi dormitorio...