Hoy decidí volver a las raíces.
Caminaba sin rumbo fijo por el centro, pasando como una zombie de vidriera en vidriera (de ESCAPARATE en ESCAPARATE, me acostumbraré algun día?).
Sin ni siquiera saber porqué entre en la juguetería. Hay que ver lo que evolucionó la industria del divertimento infantil en los últimos 20 años. Uno a uno fuí encontrando los ejemplares evolucionados de mis juguetes favoritos, que me parecieron prehistóricos. La única que no parece haber cambiado nada – y quizás era una de las pocas que tendría que haberlo hecho- era la Barbie. Ahí estaba, con la misma sonrisa bobalicona y la misma cinturita de avispa de siempre.
Pero a qué venía todo este divagar? Ah, si. Encontré unas cajitas que vienen con todo lo necesario para armar collares, pendientes, brazaletes (ahh ya me estoy españolizando). Y entonces me acordé. Me acordé de mis collares de fideítos pintados con témpera.
Nunca fui una cultora del “todo tiempo pasado fué mejor”, pero ahi, perdida en medio de un mar de plástico del color del arco iris, me dieron ganas de volver a jugar con fideos de colores.
Así que aquí estoy -reemplazados los fideos por otros materiales más adultos y menos perecederos- recolectando, modelando, cosiendo, enhebrando. Feliz como una lombriz.
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